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jueves, 21 de julio de 2016

"Un Universo dividido" por Gérard Romuald Szkudlarski

Isabel Sabogal en su 'nivola'1

"... La esciciparidad reflexiva está en potencia en el para-sí reflexo: basta, en efecto, que el para-sí reflejante se ponga para sí como testigo del reflejo."
(J.P. Sartre, ''El Ser y la nada'')

Si intentáramos aglutinar el título del poemario "Requiebros vanos"2 con el título de la presente novela3 obtendríamos: "Requiebros vanos entre el Cielo y el Infierno: un Universo dividido". Lejos de ser un mero juego, la íntima concatenación complementaria de ambos títulos prueba la existencia de una realidad vivencial (Erlebnis) única a partir de la cual se configura y cristaliza el universo ficcional de la novelista. La novela existencial y fantástica de Isabel Sabogal es - al igual que las 'nivolas' de Miguel de Unamuno - una introspección y proyección literaria de cierto número de temas y/ o "leit-motiv" permanentes, propios de su cosmovisión poética. Es evidente que su “nivola” constituye la "estructura categorial", la 'gestalt' de lo fantástico, el imprescindible agente conductor, el mecanismo o artificio mediante el cual la "descritura fantástica", esto es la "deconstrucción verbal" que disloca la experiencia lectural va a sintomatizarse en el lector a través de las provocaciones lecturales4.
La descritura fantástica operada por la novelista, se nos presenta así como anihilación de nuestra realidad. "Este proceso de aniquilación tiende a la destrucción de un mundo y a la reaparición del caos. De manera simultánea, y concomitante juega en sentido inverso un proceso de construcción de un mundo nuevo, que es otro..."5. Esta "mise en abîme" literaria de la que habla Michel Butor6, mediante la develación de la "inquietante extrañeza" o "ambigüedad insólita" (Unheimliche) toma cuerpo a través del género nivola elegido por Isabel Sabogal (o por el cual ella ha sido elegida). Se trata pues de una novela fantástica cuya acción se desarrolla "fuera de lugar" (utopía) y "fuera de tiempo" (ucronía). La "Inómine" protagonista "que quiso y no pudo ser Cristina" - alter ego de la escritora - recorre aparentemente espacios fantásticos en tiempos ambiguos. La trama diegética no deja nunca a pesar de los estratagemas y procedimientos descritos, de ser “Ia narración del mundo privado en un tono privado"7. Parecería, que tanto el "Cielo", como la "Tierra" y el "Infierno", al igual que los seres que habitan los tres mundos, son proyecciones mentales de la novelista, evocados mediante la aproximación inductiva y la expresión cinestésica8. Todos ellos vectores de su imaginación creativa.
Todas estas proyecciones ambivalentes9, indagaciones cognoscitivas y/o actos intuitivos poseen la frágil consistencia ectoplásmica que les otorga la imaginación poética de Isabel Sabogal. Pero poseen también la fuerza decisiva de lo a-temporal y de lo a-espacial - abstraído por tanto - de la acción transmutadora de las leyes naturales. Del universo fantástico de la novela, sólidamente estructurado parten algunos brotes de otras expresiones vecinas: lo mágico, lo maravilloso, lo extraño, lo sumatural, lo esperpéntico y diabólico y también lo realista10. Acaso sea lícito y oportuno señalar algunas semejanzas y/o paralelismos - a nivel anecdótico - entre la presente novela - y otras obras y géneros: el drama romántico, la novela gótica, los relatos de Kafka. "A puerta cerrada" de J.P. Sartre, "La Divina comedia" de Dante, "El Inómine" de Samuel Beckett, "Relatos de Belzebuth a su nieto" de G.I. Gurdieff y "En busca de lo maravilloso" de Uspensky. No tiene mayor importancia si la novelista había bebido mucho, poco o nada en todas o en algunas de las mencionadas fuentes.
"El león está hecho de la carne de los corderos que ha comido, sin que sea por ello cordero" decía Goethe. A su vez, de ser cierta la hipótesis de ía "Pantomnesia" (Omnimemoria) del subconsciente colectivo, de la consciencia acumulativa que construye y aumenta la esencia sartreana de todo ser humano, ningún concepto, ningún contenido, ninguna idea sería privativa de una mente en particular.
En tal caso lo decisivo sería no el qué, sino el cómo, es decir la forma y/o el estilo, y en este aspecto la obra de Isabel Sabogal es significativamente original y marcadamente existencial. En la dimensión creativa las conversaciones de la Inómine (Namenlose) protagonista con Dios, con los ángeles y con los demonios son tanto o más consistentes que los diálogos naturalistas que entablan los personajes de las novelas de Émile Zola. Es a partir de este "realismo" de tercer grado o realidad tercera11 y más allá del imbroglio diegético, a menudo serial, polisémico y con diferentes contrapuntos, tanto situacionales como temporales que se hace posible distinguir e identificar las principales "ideas-fuerza", verdaderas obsesiones existenciales de una mente única y agonal que no cejará en su empeño gnoseológico. Se trata de una mente bivalente: narrador/personaje. Ahora bien, “un narrador que se hace ver y habla mucho, sólo es admisible si a la vez es personaje de la historia que narra y si como tal - tiene las mismas limitaciones epistémicas"12. Esta mente única aunque bi y hasta trivalente (narrador/personaje/narrador-personaje) ostenta un doble punto de vista: la 'visión-con' y la 'visión por detrás'. La primera corresponde a la conciencia que "siente" y la segunda a la conciencia que "juzga" (tanto a los demás como a sí misma). La "visión subjetiva" se imbrica e interrelaciona con la "visión objetiva" y la percepción ya no es tan sólo la del "yo" sino que se desdobla en "él"13. Se trata pues, de un desdoblamiento trágico de la autoconsciencia, equiparable a la llamada esciciparidad reflexiva de la que habla Sartre14.
El fruto de la minuciosa y prolongada auscultación del Cielo y del Infierno es pesimista: el Universo sigue escindido y la Inómine protagonista también. El armonioso intento de "com-unión", de fusión con los demás y con los "mundos" en una unidad indisoluble fracasa, hasta llegar a la intelección de la nadedad espectral de la fuerza "humana" y de la finalidad terrena y ultraterrena. En realidad la protagonista ha sido condenada al fracaso vital por la escritora antes de nacer. Vino al mundo "mortinata". No es de extrañar que todas sus posibilidades han sido también "mortiposibilidades": "...Escaparé al temor arrojándome hacia mis propios posibles, en la medida en que considere mi objectidad como inesencial. Ello no es posible excepto si me capto en tanto que soy responsable del ser ajeno. El prójimo se convierte entonces en aquello que me hago no ser, y sus posibilidades que deniego y que puedo simplemente contemplar, o sea mortiposibilidades."15 Es una "mujer sin nombre" es decir "inómine" (Namen-lose), no "innominada". "Inómine" se aplica al ser y/o a la persona que no puede ser nombrada por alguna falla que le es connatural. En cambio "innominado" es aquello que aún no ha sido nombrado. El inómine es un ser fallido conforme con el pensamiento existencialista: "La realidad humana, al trascenderse hacia su propia posibilidad de negación, se hace ser aquello por lo cual la negación por trascendencia viene al mundo; por la realidad humana viene la falta a las cosas en forma de "potencia", "inconclusión", "aplazamiento", "potencialidad"16.
Para la filosofía existencialista, profundamente arraigada en la experiencia de la situación humana17, el hombre (Dasein)18 o "para -sí"19, producto de la derelicción y sumido en la contingencia, vive alienado hasta que logre forjar su propia esencia20. También la protagonista de la novela vive alienada (alienus = separado de los demás, del mundo y de sí mismo), siendo un ente "híbrido", "tricotómico" y "tripartito" por su origen, se halla alienada inclusive de "su" nombre. Debido a su triple e irreconciliable naturaleza vive "transterrada" y "transterriterializada". Una barrera infranqueable que los griegos llamaban "horos" le impide superar la escisión. Al igual que el "phármacos", especie de chivo expiatorio sobre el cual la "thiasis", grupo social cargaba las culpas de la comunidad, también la "Inómine" recorre en vano los tres mundos, humillada y ofendida, plegándose reiteradas veces al repetido impulso pendular que la lleva - sin cesar - a través de los mundos que corresponden a su triple naturaleza. No pudiendo "echar raíces" en ninguno de ellos, su mal resulta endémico y su alienación permanente: "aislada - dice - para siempre de la gente en un aislamiento que ya no habría de romper jamás..."21. La culpa (Schuld) de la Inómine se halla vinculada ya a su simple existencia - ya que el hombre es - según Jaspers inevitablemente culpable. Toda finitud es fuente de falsedad y ésta implica culpa22. Lo que agrava su situación haciéndola hundirse cada vez más en las "arenas movedizas" es su insaciable deseo de "ser sí misma" (Selbstheit de Heidegger) que la llevará a comprender la injustificabilidad del hombre: "la contingencia no deja de infestarlo y hace que me capte a la vez como totalmente responsable de mi ser y como totalmente injustificable..."23. Conforme aumenta el bulto de la obra, la Inómine va experimentando la pesadilla a ojos abiertos que le ha tocado vivir (existir). Encerrada en su ipseidad (Selbstheit), experimenta la decadencia existencial (Verfallen), sabe que su destino al igual que todo destino del "para- sí" (Dasein) - echado a la existencia y por ello contigente es "ser - para - la muerte" (Sein-zum-Tode) y "ser – para - el fin" (Sein-zum-Ende). Se siente invadida por la fatiga existencial (Weltschmertz), cuyo único fin posible será el anonadamiento (Nichthafte). Todo intento de "comulgar", de compartir la vida con los demás (Mitsein), de obrar al unísono con el "prójimo", con el "otro" (Mitmachen) termina inevitablemente en el fracaso. Es ella misma su propia desgracia. Ella misma es la mancha (miasma), el foco de contagio y la ponzoña que lleva en la sangre es el fruto de la herencia. Es !a úlcera que no se puede sajar, pues el dolor de la Inómine es el de ser lo que ella es y no puede dejar de ser. Desgonciada de todo lo que es algo y mucho, la Inómine hace mutis. Dolor simpar es el suyo y seguirá siéndolo mientras viva. Tal cesura entre el yo y su existencia corporal convierte a la vida en enemiga de sí misma. En el dolor dice Sartre: "la conciencia vive en su contingencia". Pero no hay nada nuevo bajo el sol: “Nil novi sub sole" decía Salomón24. "En algunos poetas líricos griegos corno Teognis Mimnermo, el dolor de vivir, sin darles cuartel ni concederles armisticio, no tiene consuelo. Job, en su desdicha, querría no haber nacido. También estos poetas pregonan que no haber nacido sería lo mejor o en su defecto, "morir cuanto antes"25.
La tragedia se emplea en cosas respectivas al dolor del hombre, cuando éste colide aflictivamente con el mundo de su alrededor, de adentro o de arriba, en un conflicto práctico, psicológico o religioso. "El dolor humano es el terrazgo donde nace la tragedia. El sufrimiento de un alma, que puede sufrir con grandeza, eso y sólo eso es la tragedia..."26. En la novela de Isabel Sabogal se produce un doble movimiento atenuante que disminuye la crispación trágico – existencial mediante la representación sublimada del dolor humano. Sublimación que conduce de la conocida "mimesis" a la cristalización poética o "poiesis". A su vez el efecto cathártico, del que habla Aristóteles, resulta potencializado debido a la dimensión fantástica de la novela. También Vigotski27 recurre al término clásico de "catharsis" para denominar ese movimiento interno fundamental que se cristaliza en la estructura de la obra.
Sin embargo, para él, se trata más bien, de la solución de ciertos problemas de la personalidad, del descubrimiento de una verdad más humana, más elevada, de los fenómenos y situaciones de la vida. Los sentimientos, emociones, pasiones, forman parte del contenido de la obra de arte, pero en ella se transforman28. Al igual que un procedimiento artístico provoca la metamorfosis del material de la obra, puede provocar asimismo la metamorfosis de los sentimientos. Esta metamorfosis consiste en que éstos se elevan sobre los sentimientos individuales, se generalizan y se tornan sociales. Así, el significado y función de una novela que trasunta dolor, soledad y alienación, no consiste en contagiarnos estos sentimientos y/o estados, sino en plasmar esta soledad, este dolor de tal forma que, al hombre se le descubra algo nuevo, en una verdad más elevada y más humana.
Este es el segundo nacimiento de la "Inómine". Le deseamos que se convierta en una realidad patente y potente. Que conquiste el nombre, pero que sea "su nombre", que se mantenga incólume en su conquista, que preserve siempre la actitud erecta y aspirante y que mantenga la fidelidad al ser permanente frente al estar pasajero.

Gérard Romuald Szkudlarski,
Lima, julio de 1989.
(Epílogo de la novela "Un Universo dividido", publicada en su primera edición con el título "Entre el Cielo y el Infierno, un Universo dividido").

1Es así como Miguel de Unamuno denomina a sus novelas debido a su peculiar estructuración y original contenido.
2Isabel Sabogal, “Requiebros vanos”, Ignacio Prado Pastor Editor, Lima, 1988.
3Hemos tenido también en cuenta el título provisional de esta novela: "Historia de una mujer sin nombre" que conjugado con "Requiebros vanos" daría: "Requiebros vanos de una mujer sin nombre".
4Cf. Harry Belevan, “Teoría de lo fantástico”; Editorial Anagrama, Barcelona, 1976. Y "Antología del Cuento Fantástico Peruano" (Introducción), Ed. UNMSM, Lima, 1977.
5Robert Volmat en Harry Beleván; Op. cit. p. XXIV.
6 Cf. "Le livre et ses miroirs dans l'oeuvre de Michel Butor"; Archives des lettres modernes, N° 135; Mirand, París, 1974.
7Wolfgang Kayser, “Interpretación y análisis de la obra literaria”, Editorial Gredos, Madrid, 1961, p. 481.
8Jeanne Bemis, "L'imagination", p. 54; P.U.F. En Harry Beleván; Op. cit p. XXII.
9A menudo "bivalentes" y hasta "trivalentes".
10Harry Beleván, Op. Cit., p. XLV.
11Mario Vargas Llosa, "Harry Belevan o el robo perfecto”, en: “Escuchando tras la puerta”, p. 8; Tusquets Editores, Barcelona, 1975.
12Cf. Susana Reisz de Rivarola, "Teoría literaria", 2da. Ed., P.U.C.P., 1987.
13Cf. Anderson Imbert, "Crítica interna".
14Cf. J.P. Sartre. "El ser y la nada", p. 214.
15Cf. J.P. Sartre, Ibid., pp. 368/369.
16Ibidem, p. 261.
17Cf. Erich Koechler, "La torre y el abismo".
18La palabra "Dasein" designa - en la terminología existencialista heideggeriana al ser humano que echado a la existencia - simplemente "está allí".
19Es la variante sartreana del Dasein.
20Para Sartre, Cf. op. cit., el hombre primero existe para luego forjar su propia esencia ("la existencia precede a la esencia").
21Cf. Isabel Sabogal: "Entre el Cielo y el Infierno, un Universo dividido" (título con el que la presente novela fue publicada en 1989).
22Soy culpable frente al otro. Culpable en primer lugar, cuando bajo su mirada experimento mi alineación y desnudez como caída que debo asumir; es el sentido del famoso: "Conocieron que estaban desnudos" de la Escritura. Sartre, Op. cit., p. 508.
23J.P. Sartre, Op.cit., p. 393.
24Eclesiastés I/10.
25Cf. José Lasso de la Vega, "De Sófocles a Brecht", Editorial Planeta, Barcelona, 1971, p. 22.
26José S. Lasso de la Vega, Op. cit.p.15.
27Cf. A.N. Leontiev en Liev Siemionovich Vigotski, "Psicología del arte". Prólogo, pp. 9-11.

28Ibidem, p. 10.

domingo, 17 de julio de 2016

Fragmento de la novela: "Un Universo dividido" de Isabel Sabogal

Recuerdo aquella tarde en la que me raptaron los demonios. Era un día odioso y gris, que se expresaba en una garúa permanente sobre las calles vacías y tristes, llenas de nulidad y llanto, bajo una neblina espesa. Recuerdo que las alumnas salían del colegio de enfrente, con uniformes de un gris oscuro, que hacían aún más gris el día, riendo por haber acabado un día más de tortura en camino hacia la libertad del domingo, andando apretujadas contra las paredes para llegar lo más pronto a casa, donde olvidándose de todo, soñarían con un futuro enamorado.
Yo las contemplaba desde la ventana de mi pensión y una tristeza infinita invadía mi ser. Vivía en la pensión que dirigía mi odiosa abuela, llena de niñas grises que fingían hacer sus tareas y acostarse temprano, mientras se la pasaban chismeando historias obscenas. Mis ojos eran celestes de una claridad transparente que no expresaba nada y las hacía temblar de temor y admiración.
- Pareces una muñeca – me decían – Una muñeca sentada en una vitrina.
Se referían también a que jamás abría la boca para contarles algo, e incluso me creían semimuda. Partían todas las mañanas al colegio de enfrente, y podía observar las sonrisas y muecas escondidas que me mandaban a través de la calle, cuando la maestra no se fijaba en ellas. Claro que no todas vivían en la pensión; algunas nada más. Odiaban a mi abuela y querían que se muriese de vieja para poder sentirse libres riendo y bailando.
Yo también la odiaba. Me regañaba y pegaba, bañaba en agua helada y peinaba con un peine puntiagudo que me arrancaba cabellos enteros de la cabeza. Me había sacado de la casa de mi bisabuelita, donde fui feliz.
Era ésta una casa blanca y alegre, con espaciosos jardines, por los cuales corría tras las mariposas entre una nube de flores que volaban cual si fuesen pájaros. Tenía un hermano que jugaba conmigo a las escondidas, me enseñaba un montón de cosas, y cargaba cuando me cansaba. Mi bisabuelita paseaba tranquila y sonriente con un rosario en la mano, que sólo ella podía tocar. Teníamos un canario dorado que cantaba tristemente en su jaula, hasta que un día lo solté para siempre. Lloré aquella noche por haberlo perdido, pero es que no podía aguantar su llanto.
Había sido muy feliz en aquel lugar, pero mi abuela no me permitía recordarlo, diciendo que todo eso era sueño o imaginación mía y que nunca había existido. Y que no saliese a la calle, porque los demonios me raptarían. Como era mentirosa, no le creía nada, solamente eso. Ya en la casa de mi bisabuelita habían tratado raptarme, entando de noche, y casi mataron a mi hermano que me defendía. Si no fuera por eso, hace tiempo que me hubiese escapado.
- ¡Bisabuelita, bisabuelita! – lloraba silenciosamente de noche - ¡Hermano mío, vengan y llévenme de aquí para siempre!
Me contestaban las cuatro paredes vacías de un cuarto que exhalaba oscuridad y frío. El reloj de mi abuela daba las doce: las campanadas sonaban lentas y medidas como la advertencia de un día más de desamor y sufrimiento. En la habitación de al lado cuchicheaban las chicas, hasta que se despertase la abuela.
- Susy se besó con un chico detrás de la iglesia – decían – Dice que era como si tuviese cosquillas por todo el cuerpo.
El viento sollozaba largamente, silbando por entre las calles. Uno que otro paso rompía el equilibrio de esas horas.
- Tal vez sean los demonios que vienen a raptarme – pensaba asustada, y me escondía bajo las frazadas.
Aquel día, mirando a través de la ventana, repasaba toda mi vida y me sentía terriblemente grande, tan llena estaba de recuerdos.
- Antes vivía en casa de mi bisabuela, ahora en la de mi abuelita – pensaba – Primero tenía un canario, después una gata con crías y una cría se ahogo, y también un perro. He crecido tanto que todo me queda corto y apretado, y mi abuela ya no me cose la ropa, sino que me pone la de las niñas más grandes, para que me dure bastante tiempo.
Luego pensé en mi madre. Jamás había pensado en ella y ni siquiera sabía quien era. Antes creía que no existía. Como vivía encerrada en casa de mi bisabuelita, sin conocer a nadie más que a ella y mi hermano, ni sabía que otros niños tenían a su lado una mujer que llamaban mamá, y un hombre que le brindaba cariño, o que si la había abandonado por otra, fue alguna vez una presencia concreta y real.
Recordé las cartas que le llegaban a mi hermano. Escritas sobre un papel fino y oloroso, traían consigo cajas de bombones envueltas con cintas celestes.
- Me lo mandó mi papá – decía mi hermano convidándome el contenido.
- Se lo mandó su papá – decía mi bisabuela.
Conforme iba creciendo, el papel se volvía más áspero, y pistolas de juguete con libros reemplazaban a los bombones.
- Es que me estoy haciendo hombre – reía mi hermano.
Ahora ya era grande y las chicas me habían explicado que toda persona tenía una madre de cuyo cuerpo salía, y todas un padre, con la excepción de Cristo que tenía a Dios. Dije que no captaba la diferencia pues Dios seguía siendo su padre, y ellas rieron ruborizadas.
Recordé también la escena que ocurrió uno de los primeros días de mi estadía en esta casa. Yo había bajado a la cocina y vi a una mujer que se calentaba junto al fogón. De mediana edad, delgada, pálida y mal vestida, su cabello lacio tenía una tonalidad nunca vista, entre naranja y castaña, parecida al fuego. Sus ojos oscuros que miraban cual dos navajas frías, malas y calculadoras, y su sonrisa semidiabólica, la hacían resaltar como algo raro e inhumano dentro de lo rutinario.
- ¡Mira, es tu madre! – dijo mi abuela que la acompañaba desde cierta distancia - ¡Es tu madre!
La mujer alzo hacia mi los ojos y noté que su mirada de odio poseía también dulzura y dolor. Sonrió y su sonrisa amarga descubrió unos colmillos demasiado alargados para un ser humano. Alargó sus brazos hacia mi, y ya se levantaba como para cogerme, cuando mi abuela empezó a gritar:
- ¡Vete, vete! – vociferaba echándole una agua olorosa - ¡Vete, criatura del demonio!
Me perdí entre el humo y el caos y no recuerdo nada más, puesto que desperté afiebrada y en cama al próximo día.
- Seguramente fue una pesadilla – contestó mi abuela a todas las preguntas - ¿Acaso no sabes que no tienes madre? Te encontramos un día tirada en la puerta de la calle y nos apiadamos de ti por caridad cristiana.
Sin embargo no recordaba haberme acostado antes de aquel sueño. ¿Me habría quedado dormida entre el cuarto de estudio y la cocina?
Ese recuerdo me trajo a la mente a los demonios y los vinculé con mi madre. ¿Tendrían algo en común? ¿Y dónde estaba mi padre? ¿Por qué me dejaron tirada en una calle fría y oscura? ¿Qué era de mi hermano y mi bisabuela? Pensé que ya era grande y que debía conocer el mundo. Jamás había salido de esta casa ni de la de mi bisabuelita, y cuando me trajeron aquí, lo hicieron en un carro a toda velocidad, metiéndome en un costal de papas, como si fuera cualquier cosa.
- Si me han de raptar los demonios, que me rapten – pensé – No creo que el infierno sea mucho peor que esta casa.
La vida en la pensión además de ser fea, era aburrida. Todos los días pasaba lo mismo. De desayuno, un pan y un café con leche; de almuerzo, sopa de sémola y puré de papas con alguna verdura; de noche polenta. Siempre la misma correa para pegar a las chicas; una correa de cuero, roja y dura. De noche siempre la misma niña haciéndomelas mismas confidencias. Era rubia, de ojos claros, y venía a llorar a mi cuarto.
- Mi mamá era una condesa veneciana – contaba – Venecia es un país con ríos en vez de calles, y lanchas en vez de carros. En vez de mercado, venden las cosas sobre un puente bien alto, y si alguien se cae, se ahoga.
Su mamá que la quería mucho, vestía trajes elegantes y leía libros cultos, murió envenenada por una envidiosa amante de su papá. Desde entonces, esta niña vivía en la pensión. De vacaciones viajaba donde su papá, que no se ocupaba de ella, dedicado a las muchas queridas que tenía, dejándola al cuidado de una niñera, la cual le ponía vestidos apretados y llevaba a fiestas donde niños desconocidos no la saludaban y se burlaban de ella.
Ya no aguantaba más esta casa, ya no la aguantaba. Tenía que escaparme de una vez por todas. Sino lloraría todos los días por no haber aprovechado la oportunidad que me daba el ánimo aquella tarde.
Sin pensarlo más, bajé corriendo las escaleras. La puerta estaba entreabierta para dejar entrar a las niñas que regresaban del colegio. Salí a la calle y me fui caminando. Como me vestían con uniformes, nadie se extrañó de mi presencia a esas horas, confundida entre niñas desconocidas, que eran las únicas que poblaban las calles vacías. Caminé toda la tarde, extrañándome de lo grande que era la ciudad y de que nunca acabase. Todas las casas eran iguales. Diferían en tamaño, color y detalles, pero en el fondo eran las mismas. Eran pesados edificios, llenos de vejez y tristeza. Cuánto más avanzaba se tornaban más viejos y descuidados.
De noche llegué a una plaza inmensa, llena de gente que gritaba parada. Estaban muy agitados y levantaban los brazos, pero hablaban un lenguaje tan diferente al mío, que parecía otro idioma y no comprendía nada. En eso tiraron balas y se apagaron las pocas luces que había. Una masa desordenada corrió en direcciones diferentes.
Antes de se apagasen las luces, logré divisar a mi hermano. A pesar del tiempo transcurrido, lo reconocí sin dificultad. Más alto y guapo que antes, agitaba un brazo herido.
- ¡Córrete de aquí, niña! ¿Dónde están tus padres? – gritaba un guardia.
Lo miraba en silencio sin saber que decirle. En eso alguien me cogió del hombro.
- Es mi hija – dijo una voz sulfurosa y masculina – No hay como cuidarla. Sale por donde sea cuando ve gente.
El guardia sonrió amargo y todo fue lejano e incomprensible. Me habían raptado los demonios.

Primer capítulo de la novela "Un Universo dividido" en base a la edición de 1989;
Primera Edición (como "Entre el Cielo y el Infierno, un Universo dividido"): Lima, Ignacio Prado Pastor Editor, 1989;
Reimpresa en Lima, 1993; 
Segunda Edición como "Un Universo dividido": Lima, Ediciones Altazor, 2016;

Presentación de la novela "Un Universo dividido" de Isabel Sabogal - invitación


Se invita por la presente a la presentación de la novela "Un Universo dividido" de Isabel Sabogal. Se trata de una novela fantástica de corte simbólico, enmarcada dentro de la mitología católica. La heroína es una mujer sin nombre, de naturaleza triple: humana, demoníaca y angelical. Sucede en el Cielo, la Tierra y el Infierno. Contiene diálogos entre la heroína, Dios, Lucifer, los ángeles y los demonios sobre la naturaleza del Bien y del Mal. La novela fue publicada anteriormente con el título "Entre el Cielo y el Infierno, un Universo dividido" (Lima, 1989 y 1993, reimpr.) Las ilustraciones y la portada son de José Gabriel Alegría Sabogal. Los comentarios estarán a cargo de Elton Honores.

Fecha: 26 de julio del 2016
Hora: 6 p.m.
Lugar: Sala Ciro Alegría de la Feria Internacional del Libro
Dirección: Parque Los Próceres – Jesús María
Organiza: Ediciones Altazor