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martes, 8 de marzo de 2022

De naturaleza inútil

La cultura aún no protegió a nadie ante la guerra. Al menos no ante un avión, un tanque, un soldado. Nunca desvió el curso de un misil, el estallido de una bomba, el disparo de un arma. La cultura en un conflicto pareciera pues ser inútil. No tiene ninguna capacidad de lucha, es difícil mandarla al frente, no se construirá con ella ningún refugio ni búnker.

 

Pero simultáneamente - en el fondo del corazón, todos sabemos que esa es una verdad a medias. Cuando empacas todos tus enseres y te escapas, no sacarás los libros del estante, no meterás el reproductor de discos dentro de tu mochila. Te llevarás lo más importante. Pero luego, de noche, cuando esperas, cuando no puedes dormir, allí se desarrolla otra guerra. Por tu corazón, tu mente y tu alma. Y entonces la cultura resulta de pronto ser útil. Cual un dique contra una programación malévola, que pretende infectar todos los archivos de tu cerebro.

 

Por eso en tiempos de guerra la gente escribe poesía, aunque la poesía parece lo más inútil de todo. Pero  si lo escribes, si te concentras en poner en palabras aquello, que no puedes captar con la razón, entonces de alguna manera, dibujas tu propia imagen de lo que está sucediendo. Porque lo escrito se torna verdadero. Lo escrito queda domesticado de alguna manera. Lo escrito significa que existe y que, si bien no tenemos control sobre el mundo, lo tenemos sobre las palabras.

 

La cultura permite tomar aire, capturar un fragmento de nuestra experiencia común como humanos, convencernos por un instante que no estamos solos. Nos sirve también para no pensar obsesivamente en lo mismo, no marcar todo el tiempo el mismo número de teléfono, poner algo para distraer al niño, porque las horas son largas, la noche es larga, el viaje es largo. A veces la cultura nos da algo, que no nos puede dar nada más - cuando la gente no sabe qué hacer canta junta y a veces, por una extraña razón, eso cambia algo, si no en la realidad, sí en los corazones.


Cuando se eleva el polvo de la guerra, pareciera que la cultura no defenderá a nadie ante nada, más cuando cae, resulta que salva los corazones, la mente y a veces el alma. Nos da fuerzas para luchar, nos da una conciencia e identidad común a defender. Nos da puntos de referencia en común, que hacen, que podamos decirnos mucho, con la sola línea de un texto, una canción, la alusión a un chiste estúpido. Un código de guerra privado indescifrable, que nadie puede quebrar, porque es „nuestro”.

 

Porque la isla en la que cayeron los soldados, es la isla donde enterraron a Aquiles, porque lo que dijeron, suena como una cita que nos resuena en la cabeza, sobre la guardia, que perece, pero no se rinde. Porque movilizan en nosotros todas esas metáforas poéticas - porque de pronto nos cuadra más que nunca el fragmento del  poema „Reducto de Ordon”*, porque el esquema del heroísmo se inscribe en lo que nos enseñaron en múltiples textos y que vimos por nuestra cuenta en múltiples películas. Nutrimos la cultura con lo que sentimos, la cultura se entrelaza con la propaganda - no la  nefasta, sino la bien entendida, la que nos permite levantar los ánimos. La cultura transforma los hechos en relatos y los relatos en narraciones, que luego fluyen a través de nuestra memoria y sensibilidad. 


El humor, que es parte de la cultura, aunque impensable al inicio de la guerra, luego se convierte también en una válvula de escape. Los chistes europeos nos divierten, los que llegan de Ucrania nos hacen un nudo en la garganta, los de Estado Unidos nos sacan de quicio. Esa parte de la cultura nos muestra dónde está la percepción de lo que sucede, quién entiende qué cosa de ese gran mapa. Si existiera una tira reactiva, que permitiera determinar - quién se ubica dónde en esta guerra, la mejor prueba es el humor. Dime de qué y cómo bromeas y te diré dónde estás.

 

Finalmente - dentro de un tiempo, aunque parezca increíble, trataremos de contarnos todo esto. Escribir, hacer una película, escoger a los actores, elegir las palabras y señales. Crearemos una imagen que plasmaremos en la memoria y los corazones. Lo haremos, porque así lo hacemos con cada guerra. Hablamos sobre ella, porque no sabemos  hacerlo de otra manera, porque la necesidad de narrar es tan grande, que nada la detendrá. Y esta guerra también la inscribiremos como parte de la cultura - porque es nuestro gran catálogo de vivencias, que no podemos digerir a solas.  


No sé sobre las guerras nada más de lo que me enseñaron, lo que leí, lo que me contaron. Pero casi en todas las narraciones aparecía una voz que decía, que la cultura ayudaba a la gente, que era su punto de referencia, que su preciosa inutilidad en un mundo en el que todo se califica según su utilidad en el esfuerzo de la guerra - se convertía en invalorable a su manera. En contra de todos los esquemas que uno tiene en la cabeza, donde no hay nada aparte del dolor, el sacrificio y el pavor - la gente necesitaba también cosas básicamente inútiles. Que no cuadraban absolutamente con los esquemas. Me parece que la gente no han cambiado. Y creo que no cambiará nunca.



 * Poema épico de Adam Mickiewicz, en el que el personaje titular Ordon, prefiere la muerte a caer en manos enemigas, las del Ejército del Zar de Rusia.




Publicado por Katarzyna Czajka-Kominiarczuk en el blog zwierz popkuturalny (animal de la cultura pop) el 26 de febrero del 2022, a dos días de la invasión de Rusia a Ucrania.

Traducción y notas de Isabel Sabogal Dunin-Borkowski


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