Mis páginas - Moje strony

jueves, 15 de noviembre de 2018

"Tenías, Polonia, un cuerno dorado" por Katarzyna Czajka-Kominiarczuk

La autora de estas líneas, Katarzyna Czajka - Kominiarczuk, es historiadora y crítica de cine. Actualmente está haciendo un doctorado en Sociología en la Universidad de Varsovia y escribiendo en el blog Zwierz popkulturalny (Animal de la cultura pop), del cual proviene este texto.


El once de noviembre de 1918 se acabó la Primera Guerra Mundial. El conflicto en el que perdieron la vida más de diez millones de personas (según diferentes cálculos) y otras tantas quedaron heridas, llegó a su final. El frente se quedó en silencio. Los soldados fueron enviados a sus casas. Las familias, pendientes de las noticias del campo de batalla, suspiraron aliviadas. La Gran Guerra había de finalizar todas las guerras. Y había de reinar la paz. Y en esa paz, había de nacer un nuevo mundo, enriquecido por una experiencia, que de una vez por todas, había de cambiar nuestro concepto sobre cuánto vale la pena sacrificar en defensa de las fronteras.

Retornemos por un instante a aquel momento de hace cien años. Imagínense por un instante como había de ser aquel día para todos aquellos, que esperaban el retorno de sus seres queridos. Todas aquellas madres, novias y hermanas que suspiraron aliviadas. Los padres, tíos y hermanos, que al fin podían dejar tranquilamente, de seguir las noticias del frente. Cómo había de ser aquel día para todos aquellos, que jamás soñaron, que vivirían en un país independiente. Que hablarían en polaco, que tendrían su presidente, su premier, su propio gobierno y parlamento. Cómo había de ser aquel día para todos aquellos que recordaban los tiempos en los que la independencia de Polonia, parecía una fantasía salvaje, el sueño de un demente o el suspiro del siguiente poeta romántico. En ese mundo de esperanza había también mucha inquietud. Piensen tan sólo en todos esos polacos que vivieron toda su vida bajo los gobiernos invasores. Tal vez tenían un buen puesto en la administración pública, tal vez trabajaban en el correo o en el servicio ferroviario y ahora todo había de cambiar. En medio de la alegría había también mucha inquietud e inseguridad - como siempre, cuando se inicia algo totalmente nuevo y desconocido. Todo era posible, así que había sobre qué soñar y qué temer. Y simultáneamente - al fin, después de tantos años, se podía decir - estoy en mi casa, en mi país, en mi patria.

Aquella Polonia no era la Polonia en la que vivimos ahora. Aquello que para nosotros es obvio aún no había sido establecido. Aún tendríamos que luchar por la definición de las fronteras. Establecer con qué moneda concreta pagaríamos. Cuál sería la distancia entre las ruedas de nuestros vagones. Qué correo sería el que perdería nuestras encomiendas. Qué días serían feriados. Y quién firmaría los documentos más importantes. Era un país con millones de problemas. Pero también con millones de esperanzas. Era un país de muchas lenguas y muchos alfabetos. De gente que confirmaba su fe en Dios, yendo a diferentes templos. Era un país en el que unos se habían acostumbrado a la administración zarista y otros a la prusiana. Unos sabían con certeza que sus asuntos serían resueltos y otros no tenían ni la menor esperanza de que lo fueran. Era un país, aún no atravesado por las inmensas tragedias, que nos despojaron de toda esa increíble multiplicidad, que en estas tierras siempre existió y que constituía a la vez nuestro orgullo y problema. Quien al día de hoy se alegra de la monoculturalidad de Polonia, ése se alegra de la tragedia que nos tocó en suerte.

El que vivamos en nuestro país está indirectamente relacionado con esas millones de víctimas de la Gran Guerra. De aquellas que perdieron la vida en el frente de la Gran Guerra. Jóvenes muchachos que jamás se imaginaron que participarían en una guerra como ésa. Porque nunca antes hubo una parecida. Y sus muertes - por las fronteras, los acuerdos, la política y la forma del mundo - fueron la base de nuestra independencia. Así que éste es exactamente el día, en el que, en vez de pensar tan sólo en nosotros mismos, deberíamos pensar también en ellos. En ese nudo cruel de circunstancias que hizo, que nuestra alegre fiesta nacional, sea a su vez el día, en el que debamos recordar su muerte. Y quisiera decir que tenemos cierta responsabilidad frente a aquellos millones de vidas perdidas. La responsabilidad de que el país que surgió en base a ese sufrimiento, sea un país mejor y más sabio. Conciente de todo aquello, de lo que no eran concientes los políticos que enviaron a los soldados a las trincheras. Eso sería lo justo y adecuado.

Pero el mundo no es justo ni adecuado. Ahora sabemos que los soldados que retornaban luchaban con el trauma de postguerra, en medio de una vida que, tal vez, quedó despojada de sentido. Sabemos que poco después de finalizada la guerra, pasó por la aún destruida Europa, la gripe española, segando la vida de todos aquellos que creyeron haberse salvado, librándose de las garras seguras de la muerte.  Sabemos que el sueño de un mundo nuevo fue pasajero, y la paz eterna, resultó ser una fantasía que duró tan sólo veinte años, antes del nuevo conflicto que hizo que la Gran Guerra, se grabara en nuestra memoria, como pequeña e inofensiva. Y otra vez, luego del siguiente conflicto, habíamos de vivir en un mundo nuevo, lleno de paz e igualdad. Y como siempre, no sucedió.

Y esas son las injusticias que siento, cuando Polonia celebra la recuperación de su independencia con la marcha de la ONR (Agrupación Radical Nacional) y los fascistas europeos, quienes conjuntamente con el presidente y el premier, avanzan por las calles de una ciudad, que es un monumento vivo de aquello a lo que nos pueden conducir las guerras.* Cuando avanzan así comprendo, que es vana cualquier esperanza en un mundo mejor. Que no somos capaces de aprender nada. Mi furia tiene además un matiz auténticamente personal. Porque no es que mi familia haya trabajado desde hace cien años a favor de Polonia - no es que mis antepasados hayan luchado en las Legiones Polacas, para que ahora sucedan aquí tales cosas. Procedo de una familia judeo-polaca y esa marcha me expulsa fuera de los márgenes de Polonia. A pesar de que es un país, al que mis ancestros, se sintieron de una manera bastante estúpida, unidos. Nadie logró sacarnos de acá, a pesar de que, de vez en cuando, había tales intentos. Y siempre nos quedábamos a nombre de una ligazón, verídica y sincera, al país. Una ligazón, que varios de los que marchan gritando „Polonia para los polacos” jamás comprenderán. No es difícil amar un país en el que te quieren. Pero sí lo es, amar un país en el que no te quieren.

El once de noviembre se acabó la Primera Guerra Mundial. Polonia se convirtió en un país independiente. Todo aquello que hasta hacía poco parecía ta sólo una fantasía, se hizo posible. Había mucho trabajo por delante, pero - al fin había de existir el país, que tantos soñaron, sobre el cual se escribió tantos poemas, sobre el cual hubo tantas discusiones, a pesar de no haber aún, ni siquiera una huella de las fronteras en el mapa.  Todo estaba lleno de esperanza. Y cuando ahora veo las calles de Varsovia, por las cuales pasean los nacionalistas, pienso, que todas aquellas esperanzas de lo que pudo haber sido Polonia, se consumen entre los cohetes rojos, los lemas nacionalistas, los gritos racistas y los huéspedes fascistas. Me aterran también las personas, que gustan pensar de sí mismas, como de lindos patriotas, mientras marchan conjuntamente con la ONR, sin reaccionar. El ignorar el fascismo y el nacionalismo, su normalización, me duele, no menos, que los huéspedes de las agrupaciones fascistas italianas. Si consideras que el marchar al lado de un fascista está en regla, entonces tenemos un problema. Y aunque no acepto tal situación, siento una impotencia tan grande, que me alegra observar esta conmemoración desde lejos.** Y aunque se me ocurre, que tal vez sería bueno, observar el país, ya siempre desde la distancia, sé que jamás lo dejaré. Porque sólo en Polonia puedo decir: „Tenías, villano, un cuerno dorado”.*** Y todos lo comprenderán.

Katarzyna Czajka-Kominiarczuk
Traducción y notas: Isabel Sabogal Dunin-Borkowski


* La ciudad de Varsovia fue totalmente destruida durante la Segunda Guerra Mundial y reconstruida después de la misma.
** La autora escribió estas líneas, estando por unos días en Berlín.
*** Alusión a las palabras finales del drama „La boda” de S. Wyspiański, en el cual el personaje a quien le fue dado el cuerno dorado para llamar a la insurrección, se da con la sorpresa que el cuerno ha desaparecido, quedando en sus manos una simple soga.

No hay comentarios:

Publicar un comentario