Hasta la fecha, Isabel Sabogal
(Lima, 1958), es autora de una única novela, publicada inicialmente
en 1989, y reeditada ahora por Altazor, con el nombre final de Un
Universo dividido. Rossella di Paolo decía sobre esta, que
presentaba “espacios arquetípicos (cielo/ infierno) y […] nos
pone en contacto con símbolos universales (occidentales) y con los
temores y sueños que alguna vez poblaron nuestra infancia […]
[además de establecer un] juego de oposiciones mágicas: el dragón
y la princesa, el ángel y el demonio, la cotidianeidad y el
infinito” (La tortuga. Revista alternativa de actualidad,
N°31).
La novela explora el mundo
infantil, en especial el mundo femenino (por lo que puede leerse como
una novela “feminista”) sobre la base de dos ejes: la casa y la
mujer. Ambas forman un díptico inseparable en términos simbólicos
y estereotípicos (casa-mujer). La novela narra la construcción de
la identidad de la mujer, su aprendizaje y ubicación en la sociedad.
Denominamos como “mujer” al
personaje central porque no tiene nombre (sí un deseo de llamarse
Cristina). Esta es un ser híbrido ya que posee tres naturalezas:
humana, celestial y demoníaca. Lo humano remite a ciertos afectos y
emociones; lo celestial, a la pureza y bondad; y lo demoníaco, a la
rebeldía, al mal y a la sexualidad, que será una pulsión constante
a lo lago de la novela.
Este ser “híbrido” es
“raptado” por los demonios. El personaje transitará como Dante
en la Comedia, por distintos espacios: el infierno, el cielo y
la tierra. La autora se apoya en la estética bíblico-religiosa para
darle “verosimilitud” a las aventuras del personaje central, es
decir, se apoya en la memoria social e imaginario popular. Además de
Dante, podemos encontrar ecos del mundo maravilloso de Tolkien – y
quizás de Neil Gaiman, en cuanto al tratamiento del universo
infantil.
En términos ideológicos o
sociales, la mujer es un ser rebelde, semejante a Lucifer, el ángel
caído, expulsado del Paraíso; pero la mujer es también el objeto
de deseo inocente, siempre llamada a caer en la tentación de la
carne, es decir, de orden sexual. La mujer vive amenazada
constantemente por estas presencias. Si a ello agregamos la casa como
espacio represor, vemos que la autora refracta problemas reales y de
actualidad, apoyándose en la estética bíblico-religiosa,
maravillosa y con ecos góticos.
El final de la novela se revela
como “romántico”, pues busca generar una ambigüedad sobre la
narración principal. Esta no es obra del sueño, ni alucinógenos,
sino como un producto de la demencia de una anciana que ha narrado su
pasado. La novela se revela como un artificio, por ello, se puede
notar cierta tensión por orientarse hacia el realismo “dominante”
de los años 80s.
No hay, eso sí, momentos de
humor, sino que el tono es grave y serio. Quizás los años del
terror de los años 80s hayan calado en ese tono y búsqueda
existencial sobre la condición de la mujer y su identidad. Un
Universo dividido parte del imaginario maravilloso para mostrar
un modo de “leer” la realidad, como una lucha eterna entre el
Bien y el Mal, entre el Cielo y el Infierno, en un espacio en el que
el ser humano es solo un ángel caído. Mención aparte merecen las
ilustraciones del libro hechas por José Gabriel Alegría Sabogal,
con claras influencias de Durero y William Blake.
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos
Texto de presentación del libro
el día 26 de julio del 2016
en la Feria Internacional del Libro de Lima