Como toda disciplina, la literatura fantástica se subdivide en varios subgéneros. Existen novelas sobre vampiros, sobre zombies y otros seres más. Son raros los casos en los que seres fantásticos, diversos entre sí, coexistan en las mismas páginas. Tal es el caso de la serie novelada "Las primas" de Andrzej Pilipiuk.
La acción sucede en la Polonia del siglo XXI, en un mundo con laptops y sensores electrónicos. Los personajes principales son el alquimista Michał Sędziwój, quien posee el secreto de la piedra filosofal y su discípula Stanisława Kruszewska. Hace cuatrocientos años bebieron la tintura hecha en base a la piedra, que les dio cuatro siglos más de vida. Está también Katarzyna Kruszewska, quien como agente del Servicio de Inteligencia de Polonia, descubrió la existencia de su prima Stanisława, a quien abordó en un teatro. Y la vampira Monika Stiepankovic, quien resultó ser una princesa bosnia. Todos estos personajes acaban viviendo juntos durante un tiempo, en la ciudad de Cracovia.Allí es donde beben una porción de la tintura, para prolongar su vida por cuatrocientos años más.
Si bien lo clásico del género es que los vampiros se convierten en tales a través de un mordisco, ese no fue el caso de Monika Stiepankovic. En su familia, más o menos una persona por generación, se convertía en vampira. Fue su prima, aquejada por el mismo mal o bien, quien le explicó lo que le estaba pasando, cuando siendo adolescente, se le empezó a hinchar la mandíbula. Le dijo que debía nutrirse de la sangre de un caballo para no enloquecer. Pero simplemente un poco, sin necesidad de desangrarlo. Monika guió a su yegua preferida a las afueras de la ciudad. Sabía que en ese momento se definía su vida. O se cortaba las venas, sumergiéndose en una poza de agua tibia, o se convertía en una vampira total, bebiendo la sangre del equino. Optó por lo segundo. Sabía que el suicidio la conduciría al Infierno, pero no sabía adónde la conduciría su naturaleza innata, que selló definitivamente al morder al
animal. Desde ese entonces habían pasado más de mil años y ella seguía teniendo el aspecto de una hermosa jovencita de dieciséis.
Lo interesante del caso es que como los personajes llevan siglos de existencia, rememoran y relatan cosas, sucedidas hace siglos. El autor, arqueólogo de profesión, hace gala no sólo de su manejo de la pluma, sino también de su conocimiento de la historia. Tal es el caso, cuando Stanisława le cuenta a su prima que el distrito cracoviano de Kazimierz era antes una ciudad amurallada aparte, separada de Cracovia por un ramal del río Vístula, que ahora es la calle Dietla. (Explico estos detalles, por si alguno de los lectores quiera pasear, física o virtualmente por Cracovia). Todo cristiano que cruzara ese límite, fuera noble o burgués, debía ser consciente que en Kazimierz estaba sujeto a la ley rabínica y no a la del Rey de Polonia.
Monika en cambio recuerda la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos, habiendo participado activamente en la defensa de la ciudad.
Stanisława seguía con la apariencia de una joven de veintiún años, edad en la que tomó la tintura. Cada cierto tiempo tenía que mudarse a un lugar donde nadie la conociera, pues al no envejecer llamaba demasiado la atención. Sabía que podría regresar recién luego de sesenta o setenta años, cuando ya hubiesen muerto aquellos que había conocido. Era pues, como si hubiera vivido varias vidas.
Entre la multitud de personajes de todo tipo que pueblan los cuatro volúmenes, está Laszlo, cazador húngaro de vampiros, quien llegara a Cracovia siguiendo el rastro de la princesa Monika Stiepankovic, de la cual se enamora, luego de constatar que no es una vampira clásica. Laszlo trabaja en sociedad con Arminius Vamblery, quien matara a Drácula. Vamblery está muy resentido con Bram Stoker, quien cambió su nombre por el de Abraham van Helsing, a la hora de escribir el libro sobre el famoso vampiro.
Está también la Hermandad del Segundo Camino, cuyos adeptos se dedican a perseguir alquimistas, pretendiendo conseguir el secreto de la piedra filosofal. Llegan a apresar a Michał Sędziwój, quien les da una fórmula falsa, que produce una explosión en la que mueren todos, incluido el alquimista.
La tradición judía está presente en la figura mítica del Golem. Se trata de Izaak Apfelbaum, Golem creado por el maestro hasidim Salomon Storm en colaboración con los cabalistas de Cracovia y algunos más que habían sido deportados desde el Tercer Reich. Los personajes principales lo buscan, pues las tres „chicas”, Stanisława, Katarzyna y Monika, han sido atacadas por otro Golem, al cual felizmente lograron vencer. Apfelbaum accede a recibirlos en la biblioteca secreta, de la cual es guardián, por la gravedad del caso. Les habla de la naturaleza de los Golem y de porqué en cada generación, los más preclaros cabalistas construyen un Golem. Sin embargo el secreto logró trascender, por la imprudencia del rabí Judá León de Praga. Así fue como los cazadores de vampiros lograron crear al Golem que las atacó, siendo su existencia misma una aberración. Felizmente las chicas le habían dado fin.
Apfelbaum les cuenta que una cosa que no pueden hacer los Golem es entrar a una sinagoga, pues no tienen alma, explicándolo de la siguiente manera:
„El alma la puede dar sólo Dios y a mí me creó la mano del hombre. Existe además otra característica más del Golem. La falta de libre albedrío. A mí me prohibieron ir a una sinagoga y por eso, a pesar de mi deseo intenso, me quedo aquí. (…) El maestro me ordenó cuidar la biblioteca. Así que la cuido. Y la cuidaré hasta que mi existencia llegue a su fin.” *
Les dice también que su tiempo transcurre de una manera diferente a la de los humanos, pues un Golem puede vivir incluso hasta ciento cincuenta años. Pero no se queja, pues se entretiene leyendo los libros de la biblioteca.
En el cuarto libro de la serie, „Desaparecida”, aparecen algunos elementos más. Uno de ellos es la isla de Frislandia, lugar que no figura en ningún mapa. Su princesa y heredera al trono se llama Tordis de Behoute. Vive en Cracovia, donde estudia geología, bajo la identidad polaca de Anna Czwartek. Isla a la que llega finalmente, con la ayuda de dos de sus compatriotas, así como Stanisława y Katarzyna, luego de muchas aventuras. Anna reconoce en ella los paisajes con los que había soñado, siendo niña. Guiada por un sentimiento recóndito entra a una casa, donde encuentra una diadema familiar, símbolo de su procedencia y linaje. El haberla encontrado le vale para ser reconocida como princesa por los trescientos habitantes que quedan en la isla. Sobrevivientes de una epidemia mortal y de los ataques de los piratas.
El otro elemento es un violín negro que conduce a la locura a todo aquel que lo utilice para tocar música. Tal como sucedió con Mikalojus Ciurlionis, el compositor preferido de Monika. Pero Stanisława, valiéndose de su conocimiento y de la ayuda de Michał Sędziwój desde el más allá, logra vencer el hechizo.
* Andrzej Pilipiuk, „La princesa”, p. 162
Traducción: Isabel Sabogal Dunin-Borkowski
Fichas bibliográficas:
Andrzej Pilipiuk: „Las primas” (Kuzynki)
Andrzej Pilipiuk: „La princesa” (Księżniczka)
Andrzej Pilipiuk: „Las herederas” (Dziedziczki)
Andrzej Pilipiuk: „Zaginiona” (Desaparecida)
Idioma: Polaco
Lublin - Varsovia, Editorial Fabryka Słów, 2020