Prosiguiendo con el ciclo de entradas sobre cine y política, aquí van mis impresiones sobre la película “Viaje a Tombuctú” de Rossana Díaz
Costa. Y pongo impresiones adrede, porque se trata
puramente de impresiones personales y no de una crítica de cine.
Solo diré que si bien la película no está a la altura de lo que
quiere mostrar, es decir del horror que significaron para muchos de
nosotros los ochenta, tiene algunas cosas, que al menos a mí, me
tocaron al punto de hacerme llorar. Primero la dedicatoria. La
película está a dedicada a aquellos que fueron
jóvenes en el Perú de los ochenta, quienes a pesar de tener un
cuchillo clavado en la espalda, no sólo siguieron corriendo, sino
que sabían hacia donde correr. Allí asomaron unas cuantas
lagrimitas. No recuerdo la cita exacta, pues vi la
película hace más de un año, y no la encuentro en internet. Pero
la cita expresa plenamente mi percepción del asunto. A pesar de
tener un cuchillo clavado por la espalda, yo y Fernando seguimos
corriendo y asombrosamente sabíamos hacia donde correr, al punto de
haber logrado criar seis hijos, en medio de esas circusntancias.
Punto dos: la escena final en el aeropuerto. Luego de haberse
despedido de los abuelos, quienes jamás lograron regresar a su
Italia natal, Ana, con lágrimas en los ojos, rememora escenas de su
vida limeña, o más bien chalaca, mientras espera el avión que la
llevará a las Europas. Y me recordé a mi misma, llorando en el
aeropuerto, el día ocho de setiembre de 1989, a punto de partir a
comenzar una vida nueva al otro lado del mundo, adonde jamás
retornaron mis abuelos, dejando en Lima, si bien con los pasajes ya
comprados, a mi esposo y mis hijas. Allí si, acabé llorando a
mares.
Entiendo que Rossana Díaz Costa está por pasar al lenguaje cinematográfico "Un mundo para Julius" de Alfredo Bryce Echenique. Empresa nada fácil por tratarse de una de las obras cumbres de la literatura peruana y en la cual le deseo mucho éxito.
Lima, 17 de mayo del 2015
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