- Independientemente de quien entre al poder visible, yo estaré tras el poder invisible. – dijo la niña sin nombre – Tras el poder que se oculta tras las bambalinas de los hechos. Independientemente de quien haga de rey o de princesa en la próxima puesta en escena, seré yo la que dictaré el libreto, conforme al paso de los astros por el firmamento.
Y otra vez la Casa VIII se hacía presente en toda su plenitud. La soledad absoluta que significa el ser diferente a los demás. La sensación de otredad de la que hablara Octavio Paz, salvable tan solo a medias con algunos grupos de gente, como por ejemplo la familia. La soledad absoluta de saber que se sabe más que los demás. El tener que hacerme la cojuda desde que tenía diez años de edad para poder sobrevivir. Para poder acabar los colegios y la universidad, y poder sobrellevar la farsa de la vida adulta. El querer ser una niña con nombre con todas las ansias de mi ser y no poder lograrlo. Hasta que un día sientes que revienta todo por dentro y que no aguantas más vivir en la mentira.
- Y el día no será más que una noche con Sol – dijo Ernesto Cardenal – La quietud de la noche bajo el gran solazo.
Lima, enero del 2006
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