lunes, 31 de agosto de 2020

Sobre la novela "El jardín de Lala" de Jacek Dehnel

Este será un breve comentario a la novela „El jardín de Lala” de Jacek Dehnel. Y pongo adrede comentario y no reseña, pues es difícil ponerse a reseñar una novela, cuando se siente haber rozado lo absoluto, al leerla. 

Yo diría que es una novela que trata sobre la impermanencia y el amor. A través de la saga familiar del autor/ narrador, vemos la impermanencia del tiempo, de los objetos, los sistemas políticos, los estados, las fronteras de los mismos, así como la de los límites religiosos. Pareciera que la saga familiar, fuera tan sólo un pretexto para mostrar la impermanencia. Impermanencia, que se puede vencer, parcialmente, sólo a través del relato y la palabra. 
Y es que la novela es la recreación de lo que, alguna vez, le contara la abuela al autor, a quien llamaremos simplemente el narrador. Son narraciones diversas y variadas, que abarcan unas cuantas generaciones de la familia y sus ramas colaterales. Narraciones ligadas indefectiblemente a la historia de Polonia, Ucrania y Rusia; y a la revolución y las muchas guerras que las azotaron. Narraciones ligadas a los lugares donde la familia residió, de donde tuvo que huir y adonde tuvo que acomodarse, en medio de la vorágine de la historia. Lugares tales como Kiev, Kielce, Morawica, Lisów, Varsovia, Siedlce y Oliwa, hasta finalizar el narrador en tiempo presente, nuevamente en Varsovia. Pero de todos los lugares la abuela, Lala, se quedó con la mente puesta en el jardín de Lisów. Jardín que trató de reproducir en el huerto de Oliwa, el titular jardín de Lala, lugar paradisíaco para el narrador cuando era niño.

Entre las muchas historias que la abuela le contó, había la de una muñeca que perdió, siendo aún niña. Hay aquí un juego de palabras, incomprensible para el lector hispano, pues Lala, el sobrenombre de la abuela, quiere decir muñeca en polaco. Sobrenombre que le pusieron, pues de niña, parecía una muñeca. Pero también, porque había que llamarla de algún modo, mientras todavía no estaba bautizada. Y no podían bautizarla, pues no sabían en qué religión hacerlo, hasta que no llegara su padre. El padre, Walerian Karnauchow, llegó cuando la niña tenía dos años y se convirtió al calvinismo para poder casarse con su madre. Y es que en aquel entonces no existía la institución del matrimonio civil en Polonia. Solo tenían validez los matrimonios religiosos. Y no podían casarse por el rito católico, por el que la madre, Irena, ya estaba casada con Kazimierz Bieniecki; ni por el ortodoxo por el que el padre ya estaba casado. En cuanto a la niña, fue bautizada como Helena por el rito católico, figurando como hija de Bieniecki. Y es que por razones prácticas y para protegerla de sentimientos antirrusos, se consideró mejor darle un apellido polaco como Bieniecki y no uno ruso como Karnauchow.

El narrador se asombra de que la abuela se emocionara tanto al hablar de una muñeca que seguramente, hacía tiempo que no existía, que se perdió en un lugar que ya no existía, como parte de un mundo que tampoco existía. Un mundo que pareciera haber desaparecido hace muchísimos siglos, aunque, como él mismo constatara asombrado, habían pasado apenas dos generaciones desde su existencia. E hizo esa constatación al rememorar el momento en que el abuelo le mostrara el anillo con los escudos de armas familiares. Korab, El Arca, una nave con una torre encima y dos cabezas leoninas, una en la popa y otra en la proa; y Bończa, un unicornio blanco sobre fondo celeste. Un mundo del que no quedaron ni siquiera las fotos, pues éstas sirvieron para alimentar el fuego, con el que los soviéticos se calentaron, al ocupar la casa familiar, en su paso hacia Berlín. 
Pero eso no importaba, pues la abuela recordaba todas las fotos, describiéndolas con lujo de detalles. Y lleno de detalles estaba también el croquis minucioso que dibujó cierta vez, para graficar la disposición de las habitaciones de la propiedad familiar en Lisów.

Siendo ya adolescente, al subirse a un tren para ir a Cracovia, el narrador recibió de su madre un libro para el viaje. Se trataba de una obra de William Faulkner. Al sumergirse en la lectura, de esa y otras obras del autor, reconoció en las historias de las plantaciones del Sur de los Estados Unidos, las narraciones de su abuela sobre Lisów. La narración de la impermanencia.

Al iniciar esta reseña dije que es una novela que trata también sobre el amor. Y lo dije, por el cariño con el que el narrador describe a los personajes de su familia, siempre en movimiento, cual en un caleidoscopio permanente. Y porque compartimos su sufrimiento, al ver como los avances de la edad, van despojando a su abuela, primero de sus capacidades físicas y luego, mentales. Sufrimiento que está ligado a la pena que sintió al concientizar por primera vez la impermanencia de lo hermoso…

A diferencia de la mayoría de los libros que reseño en este blog, esta novela sí ha sido traducida y publicada en castellano. Por lo que recomiendo su lectura al lector hispano.


Ficha bibliográfica:
Jacek Dehnel: „El jardín de Lala” (Lala)
Varsovia, Editorial W.A.B., 2017
Número de páginas: 376
Idioma: Polaco


2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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  2. Gracias Isabel por compartir tus hallazgos de lectura y que los lectores podamos dialogar sobre temas como la paradoja de la impermanencia VS la eternidad de los relatos, las historias y la palabra.

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