Yo sabía que te hallabas tras la entrebruma del sueño y la poesía, y sin embargo, no sabía como llamarte, para atraerte hacia mí. Todo, todo lo pasado y lo vivido se confundía con los sueños, cual un espejo roto en el que el mundo se mirara destrozado. Cual esa sensación temible y aterradora de avanzar por un desierto sin fin, para encontrarnos a nosotros mismos cara a cara, como ante un espejo invisible. Como si la expresión “Lo monstruoso también forma parte de lo humano” que dijera cierta vez un poeta, se volviera realidad.
Yo sabía que te hallabas tras la entrebruma del sueño y la poesía, de los párpados a medio cerrar, y sin embargo, no sabía como llamarte, como atraerte hacia mí. Yo sabía que te amaba tras esa entrebruma del sueño y la poesía, y sin embargo, no sabía como decírtelo, como expresarte la inmensidad de ese amor. Yo sabía tantas cosas, pero a la vez no las sabía, por hallarse todas en el límite entre el sueño y la vigilia, tras los párpados a medio cerrar, donde todo es comprensible, pero nada es expresable en el lenguaje cotidiano.
Yo sabía que te hallabas tras la entrebruma del sueño y la poesía, pero a la vez no lo sabía, ni quería saber nada. ¿Era que tal vez ese saber formaba parte de la memoria eternal, guardada desde siempre en nuestras células, por la que navegaran miles y millones de seres amorfos, de larvas y humus y creaciones extrañas, ajenas a nosotros?
Isabel Sabogal